AHN. TS-R. Expediente 50.2. Folios 455 a 457.

Al margen: Declaración de la testigo Juana Martínez López.

Al centro: En Melilla a veintinueve de agosto de mil novecientos veintiuno, ante el señor General de división, Juez Instructor, y el Secretario que subscribe, compareció la testigo anotada al margen, a quien se advirtió la obligación que tiene de decir verdad y las penas en que incurre el reo de falso testimonio, enterada de las cuales y después de prestar el correspondiente juramento, fue

PREGUNTADA sobre las generales de la ley, dijo que se llama Juana Martínez López, mayor de edad, de estado viuda, habita provisionalmente en esta plaza, Pamplona (ilegible), Barrio del Real, y es de profesión cantinera de la posición de Batel.

PREGUNTADA desde qué tiempo se encontraba en dicha posición ejerciendo su industria, dijo que después de estar cinco años en Zeluán, pasó la cantina a Monte Arruit y de allí a Batel, hace cerca de tres años.

PREGUNTADA cómo tuvo conocimiento de los sucesos ocurridos en el mes de julio, dijo que oía decir a los soldados anteriormente que se estaba verificando un avance, y que hacia el veintiuno o veintidos de julio, comenzó a ver pasar hacia la plaza camiones con heridos que eran evacuados del frente, y oyó decir que los moros habían entrado en algunas posiciones del mismo y que estaban ya en el Drius. El día veintitres, después del mediodía, vió pasar numerosas tropas en desorden, que huían hacia la plaza, algunos sin armamento, y todos con las ropas destrozadas o desnudos; también iba Caballería de Alcántara, el quinto escuadrón y otros mezclados y mulos de Artillería; pararon e el Batel, hasta que a la caida de la tarde aumentó la afluencia de fugitivos, por lo que todos emprendieron la huida hacia Monte-Arruit, metiendo la testigo a cinco hijos suyos en un carro que pasaba y quedándose ella curando algunos heridos, hasta que al marchar las tropas las siguió con otro de sus hijos y entre el tropel llegó a Tistutin, siendo perseguidos por los moros, que les hacían fuego, al que respondía la tropa desplegada en guerrilla a ambos lados de la carretera, mandada por oficiales, en cuya disposición siguieron para Monte Arruit, habiendo visto que en el camino, que moros de la Policía quitaban sus fusiles a los soldados, los cuales tiraban contra la Policía.

En esta disposición y cerca de media noche, llegaron a Arruit, no pudiendo entrar en la posición porque los moros se lo impidieron tiroteándoles. La testigo con su hijo, se refugió en la Estación, defendiéndose del enemigo con fusiles que cogieron de soldados muertos. La Caballería y demás fuerzas montadas, en su mayoría, emprendieron el camino de la plaza, dejando en Arruit a la gente de a pie. Al amanecer pudo entrar la declarante con su hijo en la posición, encontrando en ella a las fuerzas que al mando de su capitán se defendían desde el parapeto. Allí permanecieron varios días, siempre atacando los moros y las tropas defendiendose con fuego de fusil, por no haber cañones, haciéndose la aguada con dificultad y bastante faltos de víveres. A los cinco o seis días, llegó la columna del general Navarro, que venía del Tistutin con orden, pero muy perseguida por el enemigo, que al entrar la columna en la posición, engrosó al que ya rodeaba esta. Un cañón que traía esta columna, oyó decir que se la había cogido el enemigo, matando a los que lo llevaban, y con él comenzó a hacer fuego contra Monte Arruit.

En esta situación permanecieron desde el día en que entró la columna del general, que serían cinco o seis días después del veintitres, pues no puede precisar la fecha, hasta el día nueve de agosto, observando que el enemigo no cesaba de hacer bajas, especialmente con el cañón y recordando entre otras las heridas del teniente coronel Primo de Ribera y capitán Sánchez-Monje, que obligaron a practicarles los amputaciones de un brazo y de una pierna respectivamente, y la muerte de un comandante de Estado Mayor. Hubo días de más treinta heridos y de más de veinte muertos, como sucedió el siete de agosto.

El día nueve de agosto, al evacuar la posición, fueron protegidos por un moro, que los llevó a la kabila de Ben-Chilal, desde estaba el general Navarro con un capitán de Estado Mayor y otros varios oficiales. La testigo permaneció allí hasta el día veinticuatro o veinticinco, en unión del general, los oficiales y unos pocos soldados prisioneros; en la citada fecha se llevaron a los prisioneros a Annual, menos los soldados que, en unión de la declarante y su hijo, fueron conducidos a Nador, con un intérprete, el señor Alcayde, también prisionero, conduciéndolos por último un moro hasta las cercanías de nuestros campamentos, donde pudieron refugiarse al amparo de nuestras tropas. En el camino desde la casa de Ben-Chilal, especialmente entre ‹eluán y Nador, vió numerosos cadáveres abandonados en la carretera, especialmente desde la puerta de la Alcazaba.

En este estado el Señor General Instructor dispuso dar por terminada la presente declaración, y advertida del derecho a leerla que tiene la testigo, manifestó no saber hacerlo, por lo que se la leí yo el Secretario, afirmándose y ratificándose en ella, y no pudiendo firmarla por no saber, lo hace el Señor General Instructor conmigo el Secretario, de todo lo cual certifico.


Juan Picasso, rubricado.
Juan Martínez de la Vega, rubricado.